Cuando eres miembro de un culto, y tienes la suerte de que sean amigables, puedes encontrar una hermosa fraternidad y solidaridad entre sus miembros, pero en muchos casos, sus ideologías en lugar de traer paz, amor y armonía, te traen odio y rencor contra todo aquel que piense diferente.
Cuando las creencias, y sus demás practicantes, comienzan a atormentar en lugar de traer tranquilidad, es un buen momento para pensar concienzudamente si lo más correcto es salirse de ese culto.
Seamos honestos, nadie le pertenece a un culto a una iglesia, nadie es propiedad de un pastor o de un clérigo que predica en un púlpito o un atrio fabricado por la mano del hombre. Siendo francos, nadie es propiedad de un dios que ni siquiera pueden demostrar que exista o que tenga algún poder.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su Artículo 18 dice que “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
Recordemos que el poder que tiene una iglesia o grupo religioso es directamente proporcional a la importancia que le des a sus creencias. Si dejas de creer en lo que predica, pierden todo su poder sobre ti.
Inmediatamente te amenazan con excomulgarte, expulsarte de su comunidad, y hasta de tu familia, de que cometes un “pecado mortal” y demás cosas que sólo una mentalidad oscura y perversa puede maquinar.
Pero aunque les de coraje, tú tienes derecho a ser un hereje, sí, a ser una persona de libre elección de creencia, incluso tienes derecho a no creer en nada, pues también es tu derecho, como está plenamente estipulado en los Derechos Humanos.
De hecho, el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos te da la razón para ello, pues dice que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Nadie puede obligarte a formar parte de un culto o grupo religioso, así como nadie tiene derecho a inculcar ideologías de odio a menores de edad para que discriminen o desprecien a quienes no sigan determinadas creencias o prácticas religiosas. Pues recordemos que todos tus derechos y libertades terminan donde comienzan los derechos, libertades y dignidad de los demás.
Tienes todo el derecho de cuestionar dogmas y creencias, y si no te convencen con sus “apologías” infestadas de sofismas y posverdad, tienes todo el derecho de darle la espalda a ese culto y buscar otro sendero que sí te de la paz y la tranquilidad que todos buscamos y necesitamos en nuestras vidas.
En el siglo pasado muchos decían que nadie puede encadenar la mente, varios les demostramos que sí se podía, y que, de hecho, es el negocio de muchos pastores, “ancianos” y sacerdotes.