En un mundo donde la libertad de creencias debería ser un derecho fundamental, aún persisten las sombras del temor y la represión para aquellos que optan por no seguir una fe religiosa.
Según se especula en distintos grupos de redes sociales a nivel mundial, se sugiere que, en secreto, cerca del 40% de la población mundial se identifica como "no creyente", una cifra mucho mayor al 16% o 19% que algunos estudiosos manejan. Sin embargo, la verdad es mucho más compleja y sombría. De este 40% mencionado, al menos la mitad no puede expresar abiertamente su postura por temor a sufrir devastadoras consecuencias.
El miedo a represalias, ya sea por parte de grupos extremistas o incluso de sus propias familias, silencia a una parte significativa de los no creyentes. En muchos lugares, la apostasía o la simple declaración de no adherencia a una religión dominante les puede llevar a la discriminación e incluso hasta la muerte.
Los grupos de odio, conservadores fascistas de extrema derecha, enquistados en las esferas del poder y en las sombras de la sociedad, representan una amenaza constante para aquellos que se atreven a desafiar las normas religiosas establecidas. Desde el acoso en línea hasta la violencia física, los no creyentes enfrentan un panorama desolador donde la libertad de expresión es un lujo peligroso. Debemos de recordar que la fe no se respeta, se respeta a las personas.
Grupos de ideologías de odio los hay de todo tipo, los hay judíos, islamistas y hasta cristianos. Hay “influencers católicos” muy aferrados a atacar a todo movimiento que no cuadre con sus ideologías, al grado de lanzar amenazas y “condenar al Infierno” a quien no siga su discurso de odio, pues todo lo que ellos hacen, según ellos, es porque siguen “la palabra de dios”.
La presión social también juega un papel crucial perpetuando de este ocultamiento. Muchos individuos temen la pérdida de sus relaciones familiares, su estatus social o incluso su empleo si revelan su falta de creencia. En algunos casos, la mera sospecha de ateísmo puede ser suficiente para desencadenar un torrente de hostilidad y ostracismo. Miembros de distintas agrupaciones religiosas cristianas han sido denunciados en redes sociales por actos de este tipo.
La falta de datos precisos sobre la población no creyente subraya aún más la magnitud del problema. La mayoría de los censos y encuestas no abordan adecuadamente esta cuestión delicada, lo que dificulta la comprensión real de la dimensión del fenómeno.
Ante esta realidad, urge un cambio cultural y social que promueva la aceptación y el respeto hacia todas las formas de creencia y no creencia. La auténtica libertad de pensamiento debe ser un derecho inalienable para todos, y la persecución de aquellos que eligen no profesar ninguna fe debe ser condenada enérgicamente.
Es responsabilidad de la sociedad en su conjunto, de los líderes políticos y religiosos, promover un ambiente donde los no creyentes puedan expresar su postura sin temor a represalias. Solo así podremos avanzar hacia un mundo donde la diversidad de creencias sea celebrada y donde la sombra del miedo no opaque la libertad de conciencia.
Todos esos “religiosos” promotores de discursos de odio en redes sociales deberían de ser un ejemplo de paz, amor y solidaridad, pero en realidad son ejemplos de odio, rencor y prejuicios. Mientras ellos sigan con sus discursos, no podrá haber una auténtica libertad de pensamiento en el mundo.