17 junio 2025

La evolución intelectual: De conservador a progresista

 


La evolución del pensamiento humano es un fenómeno fascinante, el viaje a menudo comienza en la comodidad de lo conocido y, con el tiempo, puede desembocar en la apertura hacia nuevas ideas. Es común observar cómo muchas personas, especialmente en su juventud, abrazan posturas conservadoras, ancladas en la tradición, la estabilidad y la seguridad de lo establecido.

Sin embargo, con la madurez, la experiencia y el acceso a nueva información, muchos individuos transita a posturas más progresistas, marcadas por la flexibilidad, la empatía y la disposición al cambio. Este proceso no es universal, pero su creciente recurrencia nos pone a pensar sobre la naturaleza del crecimiento intelectual.

En las primeras etapas de la vida, el conservadurismo puede parecer un refugio natural. Las ideas tradicionales, respaldadas por estructuras sociales, familiares o religiosas, ofrecen un marco claro para interpretar el mundo. En un entorno donde la incertidumbre abunda, las respuestas predecibles y las normas establecidas proporcionan seguridad. No es raro que un joven, criado en un contexto donde los valores conservadores predominan, adopte estas ideas sin cuestionarlas. La tradición, en este sentido, actúa como un ancla, una guía que simplifica la complejidad de un mundo en constante cambio.

Sin embargo, la madurez intelectual, alimentada por la educación, el diálogo y la exposición a perspectivas diversas, tiende a desafiar estas posturas iniciales. A medida que las personas se enfrentan a nuevas experiencias (viajes, lecturas, encuentros con personas de diferentes orígenes) los muros del pensamiento rígido comienzan a resquebrajarse. La empatía, esa capacidad de ponerse en los zapatos del otro, se convierte en un motor de cambio.

Por ejemplo, alguien que inicialmente se opuso al matrimonio igualitario por motivos tradicionales podría, al conocer las historias y luchas de las personas LGBT, replantearse sus creencias y abogar por la igualdad. Este proceso no implica una traición a los valores iniciales, sino una expansión de la comprensión del mundo. Personalmente, yo era católico conservador, homofóbico por adoctrinamiento y anti-aborto, hoy se a ciencia cierta que todo eso es charlatanería y supersticiones.

La ciencia también respalda esta evolución. Estudios en psicología, como los realizados por el psicólogo Jonathan Haidt, sugieren que las personas con mayor exposición a diversas perspectivas tienden a desarrollar una moralidad más inclusiva y menos dogmática. Asimismo, el neurocientífico Robert Sapolsky ha destacado cómo el cerebro humano, especialmente en la adultez, se vuelve más hábil para integrar información compleja y cuestionar supuestos previos. Este fenómeno no significa que todos los conservadores se conviertan en progresistas, pero sí que el pensamiento rígido, sea cual sea su origen, tiende a ceder ante la acumulación de experiencias y conocimientos.

Cambiar de perspectiva puede generar conflictos internos y externos, especialmente en entornos donde las ideas conservadoras son la norma. La resistencia al cambio es una reacción natural, pues cuestionar creencias arraigadas implica enfrentar la incomodidad de la duda. Sin embargo, es precisamente en esa incomodidad donde reside el crecimiento. El filósofo John Stuart Mill argumentaba que “la verdad solo emerge del choque de ideas opuestas”, y este principio se aplica al viaje intelectual de muchos. Las convicciones iniciales, al ser desafiadas, no siempre se derrumban, pero a menudo se transforman.

Hay quienes, tras un periodo de apertura, regresan a posturas más conservadoras, buscando “estabilidad” en tiempos de incertidumbre. Otros permanecen anclados en sus ideas iniciales, resistiendo el cambio por temor a lo nuevo. Sin embargo, la tendencia hacia el progresismo en aquellos que evolucionan intelectualmente refleja un deseo de construir un mundo más inclusivo, equitativo y adaptado a las realidades contemporáneas.

En última instancia, la evolución intelectual no se trata de adoptar una etiqueta política, sino de cultivar una mente abierta, capaz de cuestionar, aprender y adaptarse. En un mundo cada vez más complejo, esta flexibilidad no solo es deseable, sino necesaria. Como sociedad, debemos celebrar a quienes se atreven a recorrer este camino, pues en su transformación radica la esperanza de un futuro más comprensivo y justo. La evolución del pensamiento no es un destino, sino un proceso continuo, un recordatorio de que la madurez intelectual es, ante todo, un acto de valentía.

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