La violencia física contra los niños sigue siendo un problema persistente en muchas familias alrededor del mundo. A pesar de los avances en el reconocimiento de los derechos de los niños y las legislaciones que buscan protegerlos de maltratos, existen familias donde la violencia física como parte de la “disciplina”, sigue siendo una práctica muy aceptada. Un dato preocupante es la correlación directa entre la proporción de violencia física permitida contra los niños y la ideología cristiana en ciertas familias.
En comunidades con fuertes tradiciones cristianas, la educación de los niños está influenciada por creencias muy específicas. Algunas de esas creencias respaldan el uso de métodos disciplinarios severos, incluida la violencia física, como una forma de “enseñar” a los niños el respeto, la obediencia y la moralidad.
Un pasaje clave en la Biblia que se cita con frecuencia es Proverbios 13:24, que dice: “El que retiene el castigo odia a su hijo; el que lo ama lo disciplina con diligencia”. Esta frase ha sido usada como respaldo al castigo físico, y ha dado lugar a la idea de que golpear a los niños es una forma de “amor” y cuidado paternal.
Mientras que algunos sectores dentro del cristianismo defienden estas prácticas, otros han promovido una visión más amorosa y no violenta de la crianza, argumentando que el castigo físico está en contradicción con los principios fundamentales del cristianismo, como el amor, la compasión y el perdón.
La violencia física contra los niños, incluso en forma de “golpes moderados”, puede tener efectos devastadores a largo plazo. Estudios han demostrado que el castigo corporal está asociado con un mayor riesgo de problemas emocionales, psicológicos y conductuales en los niños, incluidos trastornos de ansiedad, depresión y agresión. Además, el uso de la violencia como método disciplinario puede perpetuar un ciclo de maltrato, ya que los niños pueden aceptar estos comportamientos y, en su futuro, repetirlos con sus propios hijos.
A pesar de la evidencia en contra, algunas comunidades continúan utilizando el castigo físico, y esto se ve más intensamente en aquellas regiones donde la ideología religiosa sigue siendo predominante. En estos contextos, ellos “justifican” el uso de la violencia como un “medio necesario para asegurar el orden”, lo cual contribuye a la perpetuación de estas prácticas.
En ciertas comunidades, la ideología religiosa actúa como una barrera importante para el cambio social. A menudo, los defensores del castigo físico argumentan que el “método bíblico” de crianza es parte integral de su identidad cultural. Esta visión es apoyada por algunos influencers religiosos que desinforman sobre los riesgos del maltrato infantil y refuerzan la idea de que la violencia física es parte de la enseñanza cristiana.
En familias donde la ideología cristiana es más opresiva están menos dispuestas a aceptar las ideas de expertos en derechos humanos y salud mental, lo que limita la implementación de políticas públicas en favor de la protección infantil. Esta resistencia al cambio se ve reflejada también en gobiernos donde el cristianismo conservador tiene una gran influencia.
Para reducir la violencia física contra los niños en comunidades donde la ideología cristiana sigue teniendo un impacto fuerte, es fundamental abordar tanto las creencias religiosas como las prácticas educativas. Esto implica un enfoque que combine la educación en derechos humanos, el fortalecimiento de las políticas públicas y un diálogo interreligioso que promueva una interpretación más inclusiva y no violenta de los principios cristianos.
Una de las claves para este cambio radica en la promoción de métodos alternativos de disciplina que sean respetuosos con la dignidad del niño, como el tiempo fuera, el diálogo y la enseñanza de habilidades emocionales. Además, es fundamental involucrar a líderes religiosos progresistas que puedan ofrecer una visión diferente y mucho más compasiva de la crianza, acorde con los valores cristianos de amor, justicia y respeto por la vida humana.
El cambio no solo requiere una transformación en las prácticas educativas y las políticas gubernamentales, sino también una revisión de las ideas que justifican la violencia como un medio de enseñanza. Solo así se podrá proteger a las futuras generaciones de los efectos destructivos del maltrato infantil en todas sus formas, asegurando que los niños crezcan en ambientes más seguros y saludables.
Por eso es imprescindible el cuestionar todas esas creencias, y refutarlas de ser necesario, y así promover una visión más compasiva y respetuosa de la crianza, que no solo se base en el amor y la justicia cristiana, sino también en el respeto absoluto por los derechos y el bienestar de los niños.
Ahí se las dejo de tarea.
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