Halloween es una festividad que ha evolucionado a lo largo de los siglos, pero en su esencia, siempre ha estado marcada por el acto de compartir golosinas y generar alegría en la comunidad.
Si bien muchos la asocian con disfraces, historias de terror y
decoración espeluznante, el verdadero espíritu de Halloween radica en algo
mucho más simple y humano: Dar alegría a los demás.
Uno de los aspectos más característicos de esta celebración es el tradicional
"truco o trato" o “pedir calavera”, en el que los niños, disfrazados de
distintos personajes de fantasía, recorren las calles y tocan puertas en busca
de golosinas.
Para muchos, este aparente “ritual” es el corazón de Halloween. Sin
embargo, lo que subyace a esta costumbre va más allá de simplemente dar dulces.
Se trata del intercambio de sonrisas, un pequeño gesto que conecta a las
personas, fomenta la generosidad y trae felicidad tanto a quienes dan como a
quienes reciben.
La práctica de regalar dulces en Halloween tiene muy raíces antiguas.
Pero primero que nada, recordemos que fue inventado en el siglo VII por los católicos.
El nombre del “Halloween” proviene de la festividad cristiana de la
"Víspera del día de todos los santos", que en inglés antiguo era “All
Hallows Eve”, la cual se realizaba el 31 de octubre, un día antes del "Día
de Todos los Santos" que es el 1 de noviembre, y que era muy popular en
Irlanda y Escocia.
El Papa Bonifacio IV instituyó esa ceremonia en el año 609, para honrar
a la Virgen María y a todos los “mártires” de la iglesia católica. Con el paso
del tiempo evolucionó al actual de “Día de Todos los Santos”. Esta fiesta
religiosa se hacía los días 13 de mayo, pero el Papa Gregorio III, en el siglo
VIII, la cambió y la pasó al 1 de noviembre. Tiempo después también se
instituyó el día 2 de noviembre como “Día de los Fieles Difuntos” (Día de
Muertos).
En el pasado, del otro lado del mundo, en el festival celta de Samhain (el año nuevo celta), que marcaba el final de la temporada de cosechas y el inicio del invierno, se creía que los espíritus de los muertos podían regresar al mundo de los vivos. Por lo que las personas dejaban comida y dulces fuera de sus casas para calmar a los espíritus y protegerse de cualquier mal.
Con el tiempo, esta tradición se transformó y se popularizó en gran
parte del mundo, y gracias al sincretismo se adoptó la forma que conocemos hoy
en día. Ahora los niños disfrazados que van de puerta en puerta pidiendo
golosinas. Aunque la conexión espiritual se ha desvanecido, la idea de ofrecer
algo a quienes llegan a nuestra puerta ha perdurado como un acto de buena
voluntad y hospitalidad.
El verdadero significado de regalar dulces en Halloween no está en los
dulces en sí, sino en lo que simbolizan: Un momento de encuentro. Cada puerta
que se abre es una oportunidad para compartir un instante de alegría, para
sorprender a los más pequeños y recordarles que, al menos por una noche, el
mundo está lleno de magia y amabilidad. Esa chispa de emoción en los ojos de un
niño cuando recibe su golosina favorita es, en muchos sentidos, lo que hace que
Halloween sea tan especial, y por eso ha sido adoptado voluntariamente por los
niños del mundo.
Además, el gesto de dar golosinas a quienes tocan nuestra puerta, es
una manera de recordar que la generosidad no necesita grandes motivos.
Halloween nos invita a abrir nuestros corazones, a compartir alegría sin
esperar nada a cambio y a disfrutar de la simple satisfacción de hacer sonreír
a alguien más.
En un mundo donde, a veces, estamos más desconectados unos de otros,
Halloween nos brinda la excusa perfecta para volver a conectarnos, aunque sea
por unos breves momentos. El simple hecho de abrir la puerta y compartir dulces
con un niño disfrazado de un ser de ficción o fantasía crea lazos que
fortalecen el sentido de comunidad. Es un recordatorio de que, en el fondo,
todos buscamos momentos de alegría y conexión humana, independientemente de la
ocasión.
El espíritu de Halloween no se trata solo de lo macabro o lo maligno,
como algunos charlatanes lo aseguran. En su forma más pura, es una celebración
de generosidad y alegría. Regalar dulces no es simplemente cumplir con una
tradición, sino una oportunidad de iluminar el día de alguien más, de crear
recuerdos felices y de abrir nuestras puertas, tanto literal como
simbólicamente, a la bondad.
Así que la próxima vez que suene el timbre en Halloween, recuerda que
en ese sencillo acto de ofrecer dulces estás participando en algo mucho más
grande: Estás dando alegría, y eso es lo que hace que esta festividad sea
verdaderamente mágica.
¡Muy feliz Halloween para todos!
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