11 julio 2025

El culto a los incultos e ignorantes



Es terriblemente lamentable cómo las redes sociales premian lo vacío y olvidan lo valioso, han transformado la manera en que consumimos información y elegimos a quién admirar.

Sin embargo, un fenómeno muy preocupante se ha consolidado: La glorificación de personas ignorantes e incultas que, con “carisma” o controversia, capturan la atención de millones, mientras líderes y creadores que aportan contenido valioso en arte, ciencia o cultura son relegados casi al olvido.

Este desequilibrio no solo refleja una crisis de valores, sino que plantea preguntas urgentes sobre el rumbo de nuestra sociedad. Las plataformas como TikTok, Instagram o X (Twitter) han democratizado la fama, permitiendo que cualquiera con un teléfono y una idea pueda alcanzar una audiencia global. Pero esta accesibilidad tiene un lado oscuro.

Algoritmos diseñados para maximizar el engagement priorizan contenido sensacionalista, polémico o superficial, que genera reacciones inmediatas, pero rara vez profundidad. Así, personajes que promueven desinformación, banalidad o comportamientos cuestionables acumulan seguidores a un ritmo vertiginoso, mientras científicos, artistas y pensadores luchan por un espacio en el ruido digital.

¿Por qué ocurre esto? La respuesta radica en la economía de la atención. En un mundo saturado de información, lo simple y lo escandaloso triunfan sobre lo complejo y lo reflexivo. Un video de 30 segundos de alguien bailando o haciendo un comentario provocador requiere menos esfuerzo cognitivo que un ensayo sobre el cambio climático o una obra de arte que invita a la introspección.

Como resultado, individuos que carecen de sustancia, incluso que son contrarios al progreso, pero que dominan el arte de la viralidad, se convierten en íconos de una cultura que premia la inmediatez sobre el mérito. Estamos viviendo tiempos en que la idiocracia y la oclocracia son las que imponen su ley en las redes.

El impacto de esta tendencia es profundo. Al elevar a personas sin preparación intelectual ni ética, las redes sociales normalizan la ignorancia y erosionan el respeto por el conocimiento. Los jóvenes, en particular, crecen admirando modelos que no inspiran crecimiento intelectual ni moral, sino que refuerzan la idea de que la fama es un fin en sí mismo. Mientras tanto, creadores que dedican años a perfeccionar su oficio o a investigar soluciones para problemas globales apenas logran traspasar la barrera algorítmica.

Sin embargo, no todo está perdido. Las mismas redes que amplifican lo vacío pueden ser herramientas para el cambio. Usuarios, creadores y plataformas tienen la responsabilidad de revertir esta dinámica. Los primeros pueden elegir consumir y compartir contenido que enriquezca; los segundos, persistir en la creación de valor a pesar de las dificultades; y las plataformas, ajustar sus algoritmos para dar visibilidad a quienes aportan al progreso humano. Iniciativas como #PensamientoCritico, #CienciaEnRedes o #ArteViral demuestran que es posible destacar lo valioso cuando hay un esfuerzo colectivo.

Es hora de replantear que voces merecen ser escuchadas. La fama no debería ser un accidente de la viralidad, sino un reconocimiento al impacto positivo. Si seguimos idolatrando la ignorancia, corremos el riesgo de construir una sociedad que olvida el valor del conocimiento, la creatividad y la cultura. El desafío está en nuestras manos, debemos usar las redes sociales no solo para entretenernos, sino para elevarnos como humanidad.

En un mundo donde la atención es el recurso más codiciado, elegir a quién seguimos no es un acto trivial. Apostemos por quienes nos inspiran a pensar, a crear y a crecer. Porque en la era de las redes, la verdadera revolución es darle voz a lo que realmente importa.

La masa es unculta e ignorante, y es nuestro deber ilustrarla e iluminarla.

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