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La blasfemia es un derecho y una libertad, |
En un país caracterizado por su gran diversidad cultural y religiosa, el debate sobre la libertad de expresión adquiere dimensiones esenciales. En México, donde la Constitución y los tratados internacionales de Derechos Humanos establecen garantías inquebrantables para la libertad de expresión y de culto, la blasfemia y la herejía se entienden como manifestaciones auténticamente legítimas de pensamiento y crítica. Cualquier intento de censurarlas no solo atenta contra estos derechos, sino que también debilita el tejido de una sociedad plural y democrática.
La Carta Magna mexicana reconoce y protege la libertad de expresión y de culto. Esta protección es vital en un país en el que conviven múltiples creencias y formas de vida. La ausencia de tipificación penal para la blasfemia y la herejía es un reflejo del compromiso del Gobierno con el respeto a la diversidad y el pluralismo. En este contexto, el querer censurar o penalizar expresiones que desafían dogmas establecidos no solo sería inconstitucional, sino que iría en contra del espíritu democrático y de la garantía de derechos humanos.
Históricamente, tanto la blasfemia como la herejía han sido herramientas de crítica que han permitido el cuestionamiento de normas y estructuras de poder. A lo largo de la historia, estas expresiones han contribuido a grandes avances significativos en el pensamiento y en la lucha por la justicia social. Criticar las ideas establecidas no implica necesariamente un desprecio por la fe o la religión, sino una invitación a la reflexión, al diálogo, y sobre todo al progreso. La censura, en cambio, reprime estas voces críticas, creando un ambiente en el que el odio, el miedo a la represalia puede asfixiar la libertad intelectual y cultural.
Imponer límites a la expresión, especialmente en lo que respecta a manifestaciones consideradas como blasfemas o heréticas, puede desembocar en una peligrosa pendiente hacia la intolerancia y la represión. Los derechos humanos reconocen que la libertad de expresión es un componente esencial de la dignidad y autonomía individual. Cuando se establece un precedente en el que ciertas opiniones son censuradas por su contenido crítico o provocador, se abre la puerta a la vulneración de otras libertades fundamentales, erosionando la base de una sociedad democrática.
Por si fuese poco, desde el 2009 se festeja el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia en muchos países de América y Europa, como recordatorio de que toda creencia puede ser puesta en duda, criticada e incluso puede ser rechazada, pues es derecho de todos. Recordemos que las creencias religiosas son simples constructos sociales, y en realidad no pueden ser dañadas o afectadas por los actos o dichos de alguien, pues son cosas inmateriales. Muchas de las blasfemias contemporáneas en realidad surgen en respuesta a las ideologías de odio de ciertos grupos de fanáticos religiosos.
El derecho a disentir y a cuestionar es inherente a la condición humana. La crítica abierta y el debate constructivo son esenciales para el desarrollo social, científico y cultural. Al censurar expresiones que puedan ser consideradas “ofensivas”, se limita la capacidad de la sociedad para confrontar ideas anticuadas e injustas, impidiendo así el avance hacia una convivencia más equitativa y respetuosa.
El intento de restringir la blasfemia y la herejía remite a épocas oscuras, en las que el control del discurso era sinónimo de poder absoluto y autoritarismo. En esos contextos, las autoridades imponían límites muy estrictos a lo que se podía decir, impidiendo el surgimiento de nuevas ideas y la evolución de la sociedad.
El México contemporáneo se debe de regir por principios democráticos que fomentan el debate y la diversidad de pensamiento. Resguardar el derecho a expresarse libremente, aun cuando ello implique desafiar tradiciones o creencias arraigadas, es reafirmar el compromiso del país con la justicia, la equidad y el respeto a la dignidad humana.
Es imprescindible que se promueva un discurso basado en la lógica, la tolerancia y el respeto, en el que las diferencias se valoren como un recurso enriquecedor y no como una amenaza. Los periodistas, debemos velar por que el debate público se mantenga en un marco de rigor, sin caer en la trampa de la censura o en la exaltación de posturas de odio que busquen limitar la pluralidad de ideas.
Es necesario reconocer que la libertad de expresión y de creencia no son absolutas, en el sentido de que se deben de ejercer de manera responsable, evitando incitar al odio o a la violencia. Sin embargo, esta responsabilidad no debe confundirse con una justificación para censurar opiniones o manifestaciones que, aunque “provocadoras”, forman parte de la crítica constructiva indispensable para el avance social.
El reconocimiento de la blasfemia y la herejía como expresiones legítimas de pensamiento es un reflejo del respeto a los derechos humanos y a la libertad individual. En México, la protección de estos derechos constituye un pilar fundamental sobre el cual se edifica la democracia. Restringir estas libertades no solo atentaría contra principios constitucionales, sino que también privaría a la sociedad de herramientas esenciales para la crítica y el progreso.
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