07 marzo 2025

La blasfemia no es delito

La blasfemia es un derecho y una libertad,


En un país caracterizado por su gran diversidad cultural y religiosa, el debate sobre la libertad de expresión adquiere dimensiones esenciales. En México, donde la Constitución y los tratados internacionales de Derechos Humanos establecen garantías inquebrantables para la libertad de expresión y de culto, la blasfemia y la herejía se entienden como manifestaciones auténticamente legítimas de pensamiento y crítica. Cualquier intento de censurarlas no solo atenta contra estos derechos, sino que también debilita el tejido de una sociedad plural y democrática.

La Carta Magna mexicana reconoce y protege la libertad de expresión y de culto. Esta protección es vital en un país en el que conviven múltiples creencias y formas de vida. La ausencia de tipificación penal para la blasfemia y la herejía es un reflejo del compromiso del Gobierno con el respeto a la diversidad y el pluralismo. En este contexto, el querer censurar o penalizar expresiones que desafían dogmas establecidos no solo sería inconstitucional, sino que iría en contra del espíritu democrático y de la garantía de derechos humanos.

Históricamente, tanto la blasfemia como la herejía han sido herramientas de crítica que han permitido el cuestionamiento de normas y estructuras de poder. A lo largo de la historia, estas expresiones han contribuido a grandes avances significativos en el pensamiento y en la lucha por la justicia social. Criticar las ideas establecidas no implica necesariamente un desprecio por la fe o la religión, sino una invitación a la reflexión, al diálogo, y sobre todo al progreso. La censura, en cambio, reprime estas voces críticas, creando un ambiente en el que el odio, el miedo a la represalia puede asfixiar la libertad intelectual y cultural.

Imponer límites a la expresión, especialmente en lo que respecta a manifestaciones consideradas como blasfemas o heréticas, puede desembocar en una peligrosa pendiente hacia la intolerancia y la represión. Los derechos humanos reconocen que la libertad de expresión es un componente esencial de la dignidad y autonomía individual. Cuando se establece un precedente en el que ciertas opiniones son censuradas por su contenido crítico o provocador, se abre la puerta a la vulneración de otras libertades fundamentales, erosionando la base de una sociedad democrática.

Por si fuese poco, desde el 2009 se festeja el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia en muchos países de América y Europa, como recordatorio de que toda creencia puede ser puesta en duda, criticada e incluso puede ser rechazada, pues es derecho de todos. Recordemos que las creencias religiosas son simples constructos sociales, y en realidad no pueden ser dañadas o afectadas por los actos o dichos de alguien, pues son cosas inmateriales. Muchas de las blasfemias contemporáneas en realidad surgen en respuesta a las ideologías de odio de ciertos grupos de fanáticos religiosos. 

El derecho a disentir y a cuestionar es inherente a la condición humana. La crítica abierta y el debate constructivo son esenciales para el desarrollo social, científico y cultural. Al censurar expresiones que puedan ser consideradas “ofensivas”, se limita la capacidad de la sociedad para confrontar ideas anticuadas e injustas, impidiendo así el avance hacia una convivencia más equitativa y respetuosa.

El intento de restringir la blasfemia y la herejía remite a épocas oscuras, en las que el control del discurso era sinónimo de poder absoluto y autoritarismo. En esos contextos, las autoridades imponían límites muy estrictos a lo que se podía decir, impidiendo el surgimiento de nuevas ideas y la evolución de la sociedad.

El México contemporáneo se debe de regir por principios democráticos que fomentan el debate y la diversidad de pensamiento. Resguardar el derecho a expresarse libremente, aun cuando ello implique desafiar tradiciones o creencias arraigadas, es reafirmar el compromiso del país con la justicia, la equidad y el respeto a la dignidad humana.

Es imprescindible que se promueva un discurso basado en la lógica, la tolerancia y el respeto, en el que las diferencias se valoren como un recurso enriquecedor y no como una amenaza. Los periodistas, debemos velar por que el debate público se mantenga en un marco de rigor, sin caer en la trampa de la censura o en la exaltación de posturas de odio que busquen limitar la pluralidad de ideas.

Es necesario reconocer que la libertad de expresión y de creencia no son absolutas, en el sentido de que se deben de ejercer de manera responsable, evitando incitar al odio o a la violencia. Sin embargo, esta responsabilidad no debe confundirse con una justificación para censurar opiniones o manifestaciones que, aunque “provocadoras”, forman parte de la crítica constructiva indispensable para el avance social.

El reconocimiento de la blasfemia y la herejía como expresiones legítimas de pensamiento es un reflejo del respeto a los derechos humanos y a la libertad individual. En México, la protección de estos derechos constituye un pilar fundamental sobre el cual se edifica la democracia. Restringir estas libertades no solo atentaría contra principios constitucionales, sino que también privaría a la sociedad de herramientas esenciales para la crítica y el progreso.

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05 marzo 2025

Rezar no debe ser para hostigar



En una sociedad plural y multidiversa, la convivencia implica reconocer y respetar los límites entre lo público y lo privado. Si vas a rezar a un lugar que no es para rezar, el que está mal eres tú, y es peor si lo haces para hostigar a los otros, y en ese caso, nadie tiene porque tolerar tu hostigamiento.

Debemos reflexionar sobre la línea que separa a la manifestación personal de la fe del acto de imponer creencias en espacios donde otros pueden no compartirlas. El rezar, entendido como una práctica espiritual profundamente personal, adquiere diferentes significados según el contexto en el que se desarrolle.

Cuando se elige un espacio destinado para la oración, la experiencia puede adquirir una dimensión mística de intimidad y de respeto hacia uno mismo y para a quienes comparten ese entorno.

Sin embargo, utilizar la oración en lugares no destinados a ello, especialmente con el fin de llamar la atención o, peor aún, para hostigar, puede transformar un acto de fe en una muestra de intolerancia. Recordemos casos que han ocurrido en España, México y otros países en donde fanáticos religiosos se ponen a rezar en vía pública para acosar a otros que no siguen su ideología. 

La libertad de expresión y de culto son pilares fundamentales de cualquier sociedad democrática. No obstante, esta libertad tiene límites cuando su ejercicio afecta los derechos y el bienestar de otros. Si la oración se convierte en una herramienta para interrumpir la paz pública o para imponer un discurso que incomoda o perturba a quienes transitan un espacio, se traspasa la línea entre el ejercicio personal y el hostigamiento deliberado.

En este contexto, no se trata de censurar la fe, sino de recordar que la expresión religiosa, cuando se utiliza para imponer o atacar a otros, deja de ser una manifestación de creencia y se transforma en una forma de agresión hacia la convivencia pacífica.

Debemos de pensar mejor la manera en que ejercemos nuestros derechos y libertades en el espacio público. La diversidad de creencias es una riqueza que debe ser protegida y celebrada, pero también implica el compromiso de no imponer nuestros valores sobre los demás.

Practicar la fe con devoción es un derecho inalienable, siempre y cuando se haga en un marco de respeto mutuo. Por ello, se hace un llamado a la empatía. Entender que cada ciudadano tiene el derecho de disfrutar de espacios comunes sin ser objeto de actos que perturben su tranquilidad o les hagan sentir invadidos.

La cuestión va más allá de dónde se reza; se trata de cómo se reza y de la intención detrás de cada acción. En una sociedad que valora la libertad y la diversidad, es esencial recordar que la verdadera expresión religiosa no se impone, sino que se vive en armonía con el entorno y con el prójimo.

El respeto a los espacios y a la libertad de otros es, en definitiva, el mejor reflejo de una fe madura y de una convivencia democrática.

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01 marzo 2025

¿Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis?


¿Estamos ante la antesala de un final trágico? El umbral del siglo XXI se ha visto marcado por la irrupción de cuatro figuras que, para algunos, representan una amenaza sin precedentes para la paz y el orden mundial.

En un escenario global cada vez más polarizado, surgen voces que comparan a los Elon Musk, Donald Trump, Benjamin Netanyahu y Vladimir Putin con los míticos jinetes del Apocalipsis.

¿Acaso la concentración de poder y la intransigencia de estos líderes imperialistas presagiaban el ocaso de un mundo que, hasta ahora, parecía encaminado hacia la modernidad y la democracia?

Elon Musk, reconocido mundialmente por su papel en la transformación de la tecnología y la industria espacial, ha dejado entrever un rostro ambiguo. Por un lado es el empresario innovador que trasciende límites, pero al mismo tiempo, es el capitalista que parece ignorar los dilemas éticos en pos de un crecimiento ilimitado.

Su influencia en los mercados financieros y en la agenda mediática ha generado inquietudes sobre una futura concentración del poder en manos de aquellos que operan al margen de las normas tradicionales. ¿Hasta qué punto el genio visionario puede ser un presagio de un desequilibrio mayor en la sociedad?

Por otro lado, Donald Trump, figura emblemática y polémica de la política estadounidense, ha transformado la retórica político-religiosa en una herramienta de polarización. Su ascenso ha dejado una profunda huella en el tejido democrático de Estados Unidos, sembrando desconfianza tanto en sus instituciones como en la credibilidad de sus líderes.

Las palabras y acciones de Trump, que para muchos es la encarnación de la charlatanería y la arrogancia, ha contribuido a una atmósfera de confrontación, en la que su discurso se ha convertido en arma y la verdad en mercancía.

Del otro lado del mundo, Benjamin Netanyahu, al mando de Israel, una de las naciones más complejas y conflictivas del Medio Oriente, encarna un liderazgo marcado por el nacionalismo exacerbado y la perpetuación de conflictos históricos. Su política, orientada a la “defensa” de intereses particulares en un entorno regional plagado de tensiones, ha encendido alarmas sobre la posibilidad de una escalada en su invasión a los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania, que podría tener consecuencias devastadoras para la paz en toda esa región y, por extensión, para la estabilidad global.

Finalmente, Vladimir Putin “El Terrible” que se erigió como el arquetipo del tirano moderno. Bajo su mando, Rusia ha adoptado posturas cada vez más cerradas, desafiando el orden internacional y reavivando tensiones con Europa. Su ambición expansionista y el manejo del poder mediante el autoritarismo han convertido a Putin en un símbolo de la erosión de los valores democráticos, un recordatorio tangible de que el poder concentrado en manos de un solo hombre puede desencadenar una dinámica destructiva.

No hay que olvidar que los derechos humanos de la población rusa han sido coartados en reiteradas ocasiones cuando los medios o los ciudadanos han salido a protestar para manifestarse en contra de su invasión a Ucrania, la violentas represiones han hecho mella en la dudosa credibilidad de su aceptación en su propio pueblo. 

Lo inquietante de esta configuración es la convergencia de tendencias que, aunque manifiestas en contextos muy distintos, parecen apuntar hacia una misma dirección. La ruptura del diálogo global, la desconfianza en las instituciones y el debilitamiento de la cooperación internacional son síntomas que ya se ven en los noticieros internacionales.

Cada uno de estos líderes imperialistas ha contribuido a un escenario en el que el individualismo, la polarización y el desprecio por el pluralismo se erigen como pilares de un sistema en crisis.

La metáfora de los “cuatro jinetes del Apocalipsis” no es casual. Representa la amenaza latente de una modernidad desencaminada, en la que la ambición desmedida, el fanatismo político-religioso y la confrontación constante pueden llevarnos a un punto sin retorno.

El camino que hoy se traza podría desembocar en una tragedia global, que sería el fin de un orden mundial basado en el consenso, el respeto a los derechos humanos y la búsqueda colectiva del bien común.

Sin embargo, en este oscuro panorama también surge una interrogante fundamental ¿Estamos condenados a presenciar el final de la sociedad tal como lo conocemos? La historia nos muestra que, en los momentos de mayor crisis, la resistencia y la solidaridad pueden florecer contra las adversidades. La capacidad de la sociedad civil para organizarse, la renovación de las instituciones democráticas y la búsqueda de nuevos modelos políticos de gobierno son la luz en medio de la penumbra.

La aparente visión apocalíptica no debe convertirse en una profecía autorrealizada, sino en un estímulo para que cada ciudadano, cada líder comprometido y cada comunidad internacional actúe con responsabilidad. La acción colectiva, el diálogo sincero y la defensa intransigente de los valores democráticos y los derechos humanos son los únicos antídotos que pueden contrarrestar el avance de estos tiranos modernos.

En última instancia, el futuro del mundo dependerá de nuestra capacidad para transformar la desesperanza en compromiso y la división en unidad. Solo así podremos evitar que la tragedia, encarnada en la figura de estos cuatro líderes, se materialice en un final que la historia recordará como el ocaso de una era.

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