(Autor: Aristofanes Alemparte)
Introducción.
En Mayo de 1960 el sur de nuestro país fue asolado por los mayores cataclismos que ha registrado la historia del hombre. Ciudades quedaron sumergidas, y centenares de habitantes literalmente tragados por la tierra. Lo que llamamos civilización quedó reducido a un revoltijo de escombros humeantes, y el desparramo de una inservible ciencia y tecnología por los suelos.
Entonces las naciones amigas tendieron su mano, y un interminable puente aéreo de aviones Globemaster C-124, de la USAF; los más grandes de su época llegaron con los primeros auxilios. Trajeron hospitales de campaña, alimentos y medicinas. La ayuda, apoyo y consuelo que sus tripulaciones brindaron en medio de tanta tragedia, dejó en esas tierras, una honda huella de gratitud y amistad en aquellas generaciones.
Sin embargo los pueblos indígenas, sortearon con su sabiduría ancestral la catástrofe. Por siglos sabían que "El Pillan" demonio prisionero bajo la tierra, entraba en cólera, y salía a cobrar lo suyo.
Entre rumores, dramas, y tragedias, ocurrió un extraño suceso que en tiempos de normalidad habría tenido mayor atención. Sin embargo se reportó como algo curioso y sin mayor explicación. Tanto así que fue clasificado como:
Introducción.
En Mayo de 1960 el sur de nuestro país fue asolado por los mayores cataclismos que ha registrado la historia del hombre. Ciudades quedaron sumergidas, y centenares de habitantes literalmente tragados por la tierra. Lo que llamamos civilización quedó reducido a un revoltijo de escombros humeantes, y el desparramo de una inservible ciencia y tecnología por los suelos.
Entonces las naciones amigas tendieron su mano, y un interminable puente aéreo de aviones Globemaster C-124, de la USAF; los más grandes de su época llegaron con los primeros auxilios. Trajeron hospitales de campaña, alimentos y medicinas. La ayuda, apoyo y consuelo que sus tripulaciones brindaron en medio de tanta tragedia, dejó en esas tierras, una honda huella de gratitud y amistad en aquellas generaciones.
Sin embargo los pueblos indígenas, sortearon con su sabiduría ancestral la catástrofe. Por siglos sabían que "El Pillan" demonio prisionero bajo la tierra, entraba en cólera, y salía a cobrar lo suyo.
Entre rumores, dramas, y tragedias, ocurrió un extraño suceso que en tiempos de normalidad habría tenido mayor atención. Sin embargo se reportó como algo curioso y sin mayor explicación. Tanto así que fue clasificado como:
Los Ojos del Diablo.
Los movimientos telúricos se habían constituido desde hacia meses en parte del medio ambiente. De la ciudad de Concepción al sur de Chile, había intensa actividad sísmica. Tanto que los humanos comenzaron a desarrollar un extraño sentido de percepción. Sabían cuando se trataba de un ligero temblorcillo. Pero también cuando huir pues ese ligero movimiento era el anuncio de algo más fuerte.
Ya se había hecho usual el paso de aviones volando a gran altura rumbo al sur. En ciertos poblados aislados e inaccesibles solo podía dejarse caer la ayuda, mientras se llegaba por tierra o mar.
A veces los marinos quedaban de una pieza, cuando en el océano se topaban con una casa de madera flotando a la deriva.
Cierto día un avión de la Fuerza Aérea de Chile (FACH), un C-47, reportó la presencia de dos extraños objetos a gran altura sobre la ruta de vuelo.
Mas tarde un aerotrasporte canadiense, también los observó. Estaban estáticos, uno junto al otro; como entretenidos al paso de los aviones.
Sin embargo otros opinaban sobre fenómenos atmosféricos o espejismos en las alturas. De esta forma no se le daba mayor importancia al suceso.
Esto recién se tomó con seriedad cuando el Coronel Francis Tanager, jefe inspector de la USAF, a bordo de un Globemaster se topó a boca de jarro con estos dos ovnis, apostados a la orilla de la ruta. A los pocos minutos el buque de guerra USS Santa Fe, operando como barco hospital sobre la zona, confirmaba la detección de ambos objetos. Después de hacerse los reportes en rigor, las autoridades nacionales tomaron cartas en el asunto. Se ordenó vigilar la ruta, e investigar cualquier vuelo o avistamiento fuera de programa.
Casi dos meses después sucedió aquello. Sobre el poblado de Barros Arana, cerca de la ciudad de Temuco fueron avistados por un helicóptero de rescate dichos espectros. En pleno invierno se dio la alerta.
Casualmente la aeronave mas próxima , era un Texan T-6 a punto de despegar desde un aeródromo particular. El capitán Juan Cerda Turina y el Sargento Carlos Duran inspeccionaban las pistas de emergencia en los fundos de la zona. Se reportaron y aceleraron al encuentro de "eso".
En cuanto atravesaron el techo de nubes los avistaron, un poco mas cerca apreciaron formas ovoidales de un negro tan intenso que al sargento Duran se le ocurrieron "un par de agujeros en el cielo".
Se desplazaron al poniente sobre el pacífico, seguidos por el T 6, el cual jamás pudo darles alcance, pero si sacarles unas cuantas fotografías.
Esa noche en el casino de la base aérea de Maquehua el capitán y el sargento fueron las estrellas. Relataron con lujo de detalles la extraña aventura, dibujando sobre una pizarra la silueta de los extraños aparatos en el cielo.
Temprano al día siguiente una delegación de indios mapuches, pasó a regalar una jarras de aguardiente de maíz, licor que han preparado por siglos. De esta forma agradecían a los aviadores los sacos de avena, harina y leche que les habían entregado. Cuando vieron sobre la pizarra los ovnis que había dibujado el capitán Cerda en su exposición la noche anterior, el mas viejo sentenció: ¡Esos son los ojos del Pillan!, los antiguos también los vieron cuando la tierra tiembla. Hay que hacer que no lo has visto y esconderte.
"Curiosamente no se volvió a hablar del tema. Si siguieron avistándose nunca se supo."
Los movimientos telúricos se habían constituido desde hacia meses en parte del medio ambiente. De la ciudad de Concepción al sur de Chile, había intensa actividad sísmica. Tanto que los humanos comenzaron a desarrollar un extraño sentido de percepción. Sabían cuando se trataba de un ligero temblorcillo. Pero también cuando huir pues ese ligero movimiento era el anuncio de algo más fuerte.
Ya se había hecho usual el paso de aviones volando a gran altura rumbo al sur. En ciertos poblados aislados e inaccesibles solo podía dejarse caer la ayuda, mientras se llegaba por tierra o mar.
A veces los marinos quedaban de una pieza, cuando en el océano se topaban con una casa de madera flotando a la deriva.
Cierto día un avión de la Fuerza Aérea de Chile (FACH), un C-47, reportó la presencia de dos extraños objetos a gran altura sobre la ruta de vuelo.
Mas tarde un aerotrasporte canadiense, también los observó. Estaban estáticos, uno junto al otro; como entretenidos al paso de los aviones.
Sin embargo otros opinaban sobre fenómenos atmosféricos o espejismos en las alturas. De esta forma no se le daba mayor importancia al suceso.
Esto recién se tomó con seriedad cuando el Coronel Francis Tanager, jefe inspector de la USAF, a bordo de un Globemaster se topó a boca de jarro con estos dos ovnis, apostados a la orilla de la ruta. A los pocos minutos el buque de guerra USS Santa Fe, operando como barco hospital sobre la zona, confirmaba la detección de ambos objetos. Después de hacerse los reportes en rigor, las autoridades nacionales tomaron cartas en el asunto. Se ordenó vigilar la ruta, e investigar cualquier vuelo o avistamiento fuera de programa.
Casi dos meses después sucedió aquello. Sobre el poblado de Barros Arana, cerca de la ciudad de Temuco fueron avistados por un helicóptero de rescate dichos espectros. En pleno invierno se dio la alerta.
Casualmente la aeronave mas próxima , era un Texan T-6 a punto de despegar desde un aeródromo particular. El capitán Juan Cerda Turina y el Sargento Carlos Duran inspeccionaban las pistas de emergencia en los fundos de la zona. Se reportaron y aceleraron al encuentro de "eso".
En cuanto atravesaron el techo de nubes los avistaron, un poco mas cerca apreciaron formas ovoidales de un negro tan intenso que al sargento Duran se le ocurrieron "un par de agujeros en el cielo".
Se desplazaron al poniente sobre el pacífico, seguidos por el T 6, el cual jamás pudo darles alcance, pero si sacarles unas cuantas fotografías.
Esa noche en el casino de la base aérea de Maquehua el capitán y el sargento fueron las estrellas. Relataron con lujo de detalles la extraña aventura, dibujando sobre una pizarra la silueta de los extraños aparatos en el cielo.
Temprano al día siguiente una delegación de indios mapuches, pasó a regalar una jarras de aguardiente de maíz, licor que han preparado por siglos. De esta forma agradecían a los aviadores los sacos de avena, harina y leche que les habían entregado. Cuando vieron sobre la pizarra los ovnis que había dibujado el capitán Cerda en su exposición la noche anterior, el mas viejo sentenció: ¡Esos son los ojos del Pillan!, los antiguos también los vieron cuando la tierra tiembla. Hay que hacer que no lo has visto y esconderte.
"Curiosamente no se volvió a hablar del tema. Si siguieron avistándose nunca se supo."
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