La fe, ya sea en la magia o en lo divino, se fundamenta en la convicción personal, que no siempre está en lo correcto. Como señaló el filósofo francés Alphonse Louis Constant, "La fe no es más que una superstición y una locura si no tiene como base a la razón". Las creencias sin fundamento racional son insostenibles, ya que la razón nos permite construir conocimiento a partir de lo que sabemos y podemos demostrar.
La búsqueda de la verdad es un pilar
tanto de la filosofía como de la ciencia. Sin embargo, existe una diferencia
clave entre una "verdad" que necesita ser creída para existir y una
realidad que puede ser verificada.
La realidad es tangible, medible y
accesible para todos, independientemente de sus creencias. Por ejemplo, la Ley
de la gravedad, la evolución biológica o la órbita de los planetas son
realidades que no necesitan de la fe para ser ciertas. En contraste, una
creencia religiosa, por su propia naturaleza, requiere de la fe del individuo
para ser sostenida como “verdad”.
La ciencia ha demostrado ser la
herramienta más formidable para entender el universo. A medida que avanzamos en
el conocimiento, muchas de las explicaciones que antes se atribuían a lo preternatural
han sido reemplazadas por descripciones basadas en leyes naturales.
Sobre esto, el físico Lawrence Krauss expresó,
"La falta de entendimiento de algo no es evidencia de dios, sino evidencia
de una falta de entendimiento". Y esto no es un ataque a la fe, sino un
recordatorio de que las lagunas en nuestro conocimiento se deben ver como
oportunidades para la investigación, no como prueba de la existencia de algo
más allá de lo natural. Neil DeGrasse Tyson complementa esta idea al describir
a dios como “un espacio de ignorancia científica en continua retirada".
Si bien la ciencia y la fe operan en
esferas distintas, a menudo se debate si son complementarias u opuestas. La
Falacia de Planck ("Nunca podrá haber oposición real entre ciencia y
religión; una complementa a la otra") y la Falacia de Pasteur ("Un
poco de ciencia nos aparta de dios. Mucha, nos aproxima a él") son
ejemplos de cómo erróneamente se ha intentado reconciliar ambas.
Sin embargo, datos recientes muestran
que la relación entre el conocimiento científico y la religiosidad es más que
compleja. Por ejemplo, estudios como los del Pew Research Center y trabajos de
académicos como Edward J. Larson sugieren que, al menos en el ámbito de los
científicos, una mayor familiaridad con la ciencia se correlaciona con una
evidente disminución en la creencia en un dios personal.
Veamos la “eficacia” de la oración, un
punto de análisis interesante. Desde la perspectiva de la causalidad, si la
oración es un medio para influir en la realidad exterior, por ejemplo para
detener una pandemia o una sequía, se esperaría ver un efecto palpable y
tangible; pero la gran pandemia de COVID-19 en el 2020, y la gran sequía del
2022 en Nuevo León, a pesar de las incontables oraciones, no sufrieron ninguna
afectación, lo que nos lleva a refutar su capacidad para generar cambios
físicos en el mundo.
Sin embargo, muchos creyentes defienden
que la oración no busca alterar la realidad externa, sino transformar a la
persona que ora. En este sentido, la oración puede ser vista como un placebo
psicológico que proporciona consuelo, reduce la ansiedad y fortalece la
resiliencia personal. Desde esta óptica, su valor no se mide por un efecto
sobre el mundo físico, sino por su impacto en el bienestar y la paz interior
del individuo.
Finalmente, la búsqueda de la verdad
nos lleva a confrontar la evidencia disponible. Si bien, en teoría, es “imposible”
probar que algo no existe (como duendes o hadas), la ausencia de evidencia
después de siglos de búsqueda y observación rigurosa es un argumento verificable
muy poderoso.
Como el filósofo Bertrand Russell
señaló, la creencia de muchas personas en algo no lo hace real. La filosofía y
la ciencia nos invitan a basar nuestras conclusiones en lo que podemos
constatar, no en lo que deseamos que sea cierto.
La realidad, por su naturaleza, no
necesita ser creída para ser verdadera. Es verificable y genera conocimiento.
El conocimiento científico avanza precisamente porque se basa en la evidencia
empírica y en la razón, no en la fe. Esta perspectiva nos anima a abrazar el
escepticismo constructivo como un camino hacia una comprensión más clara y precisa
del mundo en que vivimos, sin dejar de lado el respeto por las diversas
creencias que coexisten en la sociedad.
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