01 agosto 2025

El Fracaso de la ONU: Gaza y Ucrania



El mundo observa con horror cómo los conflictos en Gaza y Ucrania continúan escalando, con consecuencias devastadoras para los civiles. Sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), institución creada precisamente para “prevenir” tales atrocidades, parece impotente para detenerlas.

A pesar de los llamados a la acción y las resoluciones emitidas, la ONU no ha logrado frenar ni a Benjamín Netanyahu en sus operaciones militares en Gaza ni a Vladimir Putin en su invasión a Ucrania.

Este fracaso no solo pone en evidencia las limitaciones estructurales de la organización, sino que también plantea serias preguntas sobre su verdadera relevancia en un mundo cada vez más fracturado.

En Gaza, la situación es desesperada. Las recientes operaciones militares israelíes han dejado miles de civiles inocentes muertos, incluyendo mujeres y niños. La destrucción de infraestructura ha privado a la población de acceso a necesidades básicas como agua, electricidad y atención médica.

La ONU ha pedido un alto al fuego y ha proporcionado ayuda humanitaria, pero estos esfuerzos han sido totalmente insuficientes para detener la violencia. El Consejo de Seguridad ha intentado aprobar resoluciones para exigir un cese de hostilidades, pero estas han sido bloqueadas por vetos de Estados Unidos y otros países poderosos. Esto ha generado críticas generalizadas, acusando a la ONU de no hacer lo suficiente para proteger a los civiles en Gaza.

En Ucrania, la invasión rusa ha causado cientos de víctimas civiles y el desplazamiento de millones de personas. La comunidad internacional ha respondido con sanciones, ayuda humanitaria y esfuerzos diplomáticos, pero el conflicto sigue intensificándose.

La Asamblea General de la ONU ha aprobado resoluciones condenando la invasión y exigiendo la retirada de las tropas rusas, pero estas resoluciones no son vinculantes y no han logrado detener la violencia. El Consejo de Seguridad, por su parte, ha sido incapaz de actuar debido al poder de veto de Rusia, que bloquea cualquier medida en su contra.

¿Por qué la ONU no ha podido tomar medidas más firmes? El poder de veto en el Consejo de Seguridad: Los cinco miembros permanentes (China, Francia, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos) pueden bloquear cualquier resolución, independientemente del apoyo de otros países miembros. Esto ha llevado a un estancamiento en cuestiones cruciales como los conflictos en Gaza y Ucrania.

Los gobiernos de los países tienen intereses y prioridades diferentes, lo que dificulta alcanzar un consenso en temas tan complejos. Y para colmo, la ONU no tiene “autoridad” para intervenir en los asuntos internos de “estados soberanos” sin su consentimiento, lo que complica su capacidad de actuar cuando los líderes rechazan cooperar.

Las consecuencias de la incompetencia de la ONU son graves. El sufrimiento continuo de los civiles en Gaza y Ucrania es una tragedia humanitaria que no puede ser ignorada. La escalada de estos conflictos amenaza con desestabilizar aún más las regiones afectadas y socavar todo el orden mundial basado en leyes y reglas. La erosión del derecho internacional, además, debilita la capacidad de la comunidad global para prevenir futuros abusos y conflictos.

¿Qué se puede hacer? Primer paso: Reformar el Consejo de Seguridad. Hacerlo más representativo y efectivo, por ejemplo, ampliando el número de miembros permanentes y limitando el uso del veto.

Intensificar la diplomacia: Resolver los conflictos a través de la negociación y el diálogo, involucrando a todas las partes en la búsqueda de soluciones. En un mundo global todos deben de ayudar.

Mayor rendición de cuentas: La comunidad internacional debe actuar con sanciones reales, incluyendo arrestos de mandatarios y su procesamiento judicial en la Corte Penal Internacional, y otras medidas consecuentes para responsabilizar a los líderes por sus terribles acciones.

La incapacidad de la ONU para detener los conflictos en Gaza y Ucrania es un evidente fracaso muy trágico del sistema internacional. Es imperativo que la comunidad global actúe para abordar estas crisis y prevenir más sufrimiento.

La ONU, a pesar de sus limitaciones, sigue siendo la mejor esperanza para un mundo más pacífico, pero sin reformas y una voluntad política renovada, corre el riesgo de volverse un parásito burocrático irrelevante en un momento en que su liderazgo es más necesario que nunca.

El mundo necesita un nuevo orden mundial, y urge que la ONU lo comience a aplicar ahora.

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El odio no vale la pena

El odio no es la solución a nada. 


En un mundo cada vez más interconectado y diverso, las creencias religiosas continúan siendo un pilar fundamental en la vida de millones de personas. Sin embargo, cuando estas creencias se transforman en una excusa para despreciar a los demás, pierden todo valor positivo y se convierten en un obstáculo tanto para quien las profesa como para la sociedad en su conjunto.

Si tus creencias religiosas te llevan a mirar con desdén a quienes no comparten tu fe, es momento de dejarlas atrás: no solo no te aportan nada verdaderamente bueno, sino que te ciegan ante el hecho de que los "demás" podrían salvarte la vida en innumerables formas y situaciones.

No todas las creencias religiosas son iguales, muchas sí promueven valores como la paz, el amor, la compasión, la tolerancia y el respeto mutuo, sirviendo como guías para una vida más plena y conectada.

Sin embargo, existen interpretaciones corruptas y dogmáticas que, lejos de unir, dividen. Estas son las que convierten la fe en una herramienta de superioridad moral, justificando el menosprecio hacia quienes piensan, creen o viven de manera diferente. Este tipo de creencias no solo son dañinas para las relaciones humanas, sino que también resultan inútiles, e incluso perjudiciales, para quien las sostiene.

Al despreciar a los demás, te aíslas, te encierras en una burbuja de arrogancia que te impide ver la riqueza de la diversidad y te priva de la posibilidad de aprender de otros. Peor aún, alimentas un entorno de hostilidad que, tarde o temprano, te pasará factura. Quien siembra odio a su alrededor, sólo podrá consechar su destrucción.

Si tus creencias te hacen sentir “superior”, pero a costa de rechazar a quienes te rodean, ¿qué beneficio real obtienes de ellas? La respuesta es simple: Ninguno.

El argumento más contundente para abandonar estas creencias excluyentes es, quizás, el más práctico. Las personas a las que hoy desprecias podrían ser las que mañana te salven. La vida es impredecible y está llena de situaciones en las que dependemos de los demás, sin importar sus creencias, su origen o su forma de ver el mundo.

En un accidente, una crisis o un momento de desesperación, la ayuda no llega con un cuestionario sobre fe o ideología, mucho menos de un “ser divino”. Pero un extraño sí puede tenderte una mano, un colega de otra religión puede ser tu apoyo, un profesional sin interés en lo espiritual puede devolverte la esperanza, como esta más que constatado.

Imagina un escenario cotidiano: Un médico que no comparte tu fe te atiende en una emergencia, un vecino que has ignorado por sus diferencias te auxilia en un accidente, o un desconocido te saca de un apuro sin pedir nada a cambio. La ironía es evidente.

Mientras tus creencias te animan a alejar a estas personas, la realidad demuestra que su presencia puede ser tu salvación. Si las mantienes solo para sentirte por encima de los demás, estás sacrificando una red de apoyo vital por una ilusión vacía.

Dejar atrás las creencias religiosas que fomentan el desprecio no significa renunciar a la espiritualidad o a la fe en su totalidad. Todo lo contrario. Significa reconocer que cualquier sistema de creencias que valga la pena debe enriquecer tu vida y la de quienes te rodean, no dividirla ni destruirla. La verdadera fortaleza de una creencia radica en su capacidad para inspirar empatía, humildad y conexión, no en su poder para condenar o excluir.

Si tus creencias te están convirtiendo en alguien que rechaza a otros, es hora de cuestionarlas profundamente. No se trata de un ataque a la religión, sino de una invitación a priorizar lo que realmente importa: La humanidad compartida. Porque, al final del día, lo que nos sostiene no son las ideas que nos separan, sino las personas que nos unen.

Si tus creencias religiosas hacen que desprecies a los demás, déjalas ir. No te ofrecen nada valioso, solo una falsa sensación de superioridad que se desmorona ante la primera prueba de la vida real.

En cambio, quienes te rodean, esos a los que quizás has mirado con desprecio, tienen el potencial de salvarte de mil formas distintas, en los momentos más inesperados.

La verdadera sabiduría o “santidad” no está en aferrarse a dogmas que dividen, sino en valorar a cada persona como un posible aliado, un posible salvador. Porque en este mundo incierto, la salvación no viene de las creencias que nos aíslan, sino de las manos que nos tienden los demás.

Ahí te la dejo de tarea.

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