28 julio 2025

Gentrificación: La ciudad para todos



La gentrificación, un fenómeno urbano que transforma barrios de clase trabajadora en enclaves de mayor poder adquisitivo, ha ganado relevancia en México, especialmente en ciudades como Monterrey, Oaxaca, Mérida y Mazatlán. Este proceso, impulsado por el auge del turismo y la especulación inmobiliaria, promete revitalización urbana, pero también genera profundas tensiones sociales y económicas.

La gentrificación puede ser un motor de transformación positiva en áreas deterioradas. La llegada de nuevos residentes con mayor poder adquisitivo suele atraer inversiones en infraestructura, comercios modernos y servicios de calidad. En colonias como la Roma y Mitras en la ciudad de Monterrey, la rehabilitación de edificios antiguos, la creación de espacios públicos más seguros y la diversificación de la oferta cultural y gastronómica, han convertido estas zonas en polos de atracción turística y económica.

Sin embargo, colonias “gentrificadas” experimentaron un gran aumento en los precios de sus rentas, reflejando una revalorización que beneficia a los propietarios, y al erario municipal a través de mayores impuestos.

Además, la gentrificación puede generar empleos. La apertura de cafeterías, restaurantes y boutiques crea oportunidades laborales, aunque estas suelen ser precarias o dirigidas a perfiles específicos. En destinos turísticos como Mérida, el incremento de 7.8% en los precios de renta de departamentos entre 2023 y 2025 refleja una economía dinámica impulsada por la demanda de turistas. Este fenómeno también fomenta la modernización de servicios públicos y el transporte.

Por último, la gentrificación puede revitalizar la imagen de una ciudad. La recuperación de lugares históricos, como en Guadalajara o el Centro Histórico de la Ciudad de México, no sólo preserva el patrimonio cultural, sino que atrae inversión extranjera y turismo, fortaleciendo la economía local.

Sin embargo, los costos sociales de la gentrificación son alarmantes. El principal problema es el desplazamiento de los residentes originales, quienes no pueden hacer frente al aumento desmedido de rentas y costos de vida. En la Ciudad de México, se estima que unos 20,000 habitantes son desplazados anualmente a periferias como el Estado de México, enfrentando largos trayectos al trabajo y carencias en servicios básicos. En colonias antiguas el encarecimiento del mercado inmobiliario ha transformado barrios tradicionales en zonas inaccesibles para sus habitantes históricos.

Este desplazamiento no solo es físico, sino también cultural. La llegada de nuevos residentes, a menudo foráneos o de clase media alta, impone dinámicas que erosionan la identidad barrial. Los comercios tradicionales, como tienditas o taquerías, son reemplazados por cafeterías gourmet y restaurantes de comida internacional, homogeneizando la oferta y excluyendo a quienes dependían de productos económicos.

En Mazatlán, como se ha mostrado en las noticias, la gentrificación ha generado tensiones interculturales, con quejas de extranjeros sobre ciertas prácticas culturales locales, como la música de banda, que no le gusta a muchos (por cierta connotación negativa) pero que tiene arraigo en esa ciudad, lo que ha avivado el resentimiento entre algunos habitantes.

La gentrificación también exacerba la desigualdad. Mientras los propietarios y desarrolladores inmobiliarios se benefician de la revalorización, los inquilinos de bajos ingresos enfrentan una crisis de acceso a la vivienda.

Según se ha informado, en los últimos 16 años, los precios de alquiler en la Ciudad de México han crecido ocho veces más que el salario mínimo, dejando a muchos sin opciones habitacionales dignas. Este fenómeno, agravado por la falta de regulación en plataformas digitales de hospedaje, convierte viviendas permanentes en rentas turísticas, reduciendo el parque habitacional disponible.

La gentrificación no es intrínsecamente mala, pero sus efectos negativos demandan una intervención urgente. El gobierno de la Ciudad de México ahora limita los aumentos de renta al índice de inflación y regula las plataformas de renta temporal. Sin embargo, estas medidas son insuficientes frente a la magnitud del problema.

Para mitigar el desplazamiento, se necesitan políticas de vivienda asequible más robustas, con un auténtico enfoque social, no tan “depredadoras”. Reservar cuotas de vivienda social en nuevos desarrollos, podría garantizar que los residentes originales permanezcan en sus barrios. Además, diversificar el modelo turístico hacia el ecoturismo o el turismo rural, aliviaría la presión sobre zonas céntricas y beneficiaría a comunidades locales, como ha ocurrido en Saltillo y Arteaga, en el estado de Coahuila.

La participación comunitaria es clave. Crear organizaciones de colonos que influyan en la planificación urbana, puede asegurar que las transformaciones urbanas respondan a las necesidades de todos los habitantes, no solo de los más privilegiados.

Finalmente, regular la especulación inmobiliaria mediante impuestos progresivos a propiedades vacías o rentas excesivas podría desincentivar prácticas que agravan la crisis de vivienda.

La gentrificación en México es un catalizador de desarrollo que, sin regulación, profundiza la desigualdad y la exclusión. La ciudad de Monterrey es un ejemplo vivo de cómo la modernización puede coexistir con la marginación.

Las ciudades deben ser para todos. Solo con políticas inclusivas y una visión de desarrollo equitativo podremos transformar la gentrificación en una oportunidad de progreso compartido, preservando la diversidad y la riqueza cultural que hacen únicas a las ciudades mexicanas.

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