28 mayo 2025

Tu odio no es libertad de expresión



La libertad de expresión es un pilar fundamental de cualquier sociedad democrática, pero no es un cheque en blanco. En los últimos años, hemos sido testigos de cómo las ideologías de odio, disfrazadas de “opiniones legítimas”, han ganado terreno en plataformas públicas, redes sociales y discursos políticos.

Estas ideologías no son meras palabras; son combustible para la violencia, la división y la destrucción. Los promotores de estas ideas saben exactamente el daño que causan, y es hora de que enfrenten las consecuencias de sus acciones.

El argumento de que el odio es simplemente una forma de pensar protegida por la libertad de expresión no resiste un análisis serio. La libertad de expresión existe para fomentar el debate, el intercambio de ideas y el progreso colectivo, no para justificar la incitación al odio, la discriminación o la violencia.

Cuando un discurso promueve el desprecio hacia grupos por su “raza”, nacionalidad, orientación sexual, filosofía o cualquier otra característica, cruza una línea clara, deja de ser una opinión y se convierte en una herramienta de daño deliberado.

Este tipo de retórica ha estado detrás de tragedias históricas y contemporáneas, desde genocidios hasta tiroteos masivos, y sus promotores no pueden seguir actuando con impunidad. Quienes difunden ideologías de odio saben que sus palabras tienen poder. No son ingenuos; su intención es polarizar, deshumanizar y, en muchos casos, incitar a la acción violenta. Lo hemos visto en los discursos que precedieron a masacres, en los manifiestos de extremistas y en los mensajes que circulan en foros oscuros de internet.

Lo absurdo del caso es que incluso hay quienes presumen de ser “abogados religiosos”, pero defienden y promueven ideologías de odio, y lo que buscan es coartar derechos humanos, al grado de querer incluso querer censurar la libertad de expresión de todos los que no se cuadren a sus ideologías.

Estos y otros “influencers” no solo son conscientes del impacto de sus palabras, sino que lo buscan intencionalmente. Por ello, es imperativo que la sociedad y los sistemas legales establezcan consecuencias claras para quienes promueven el odio. Esto no significa censurar ideas incómodas o limitar el debate legítimo, sino responsabilizar a quienes, con plena conciencia, siembran semillas de violencia y destrucción.

La solución no es simple, pero debe ser contundente. Las leyes deben evolucionar para distinguir entre la libertad de expresión y la promoción deliberada del odio, imponiendo sanciones proporcionales que disuadan estas conductas.

Las plataformas digitales, por su parte, deben asumir un rol más activo en la moderación de contenidos, no como censores, sino como guardianes de un espacio donde el discurso no derive en daño. Y la sociedad, en su conjunto, debe rechazar la normalización del odio, condenando a quienes lo promueven en lugar de darles un altavoz.

Permitir que las ideologías de odio se propaguen sin consecuencias es una traición a los valores de convivencia y justicia. No podemos seguir tolerando que quienes siembran división y violencia se escuden en la libertad de expresión mientras sus palabras causan sufrimiento y muerte. Es hora de que paguen un precio por el daño que causan. Solo así podremos construir una sociedad donde la libertad sea verdaderamente un derecho para todos, y no una excusa para la destrucción.

Ahí se las dejo de tarea.

https://x.com/belduque

https://www.facebook.com/BelduqueOriginal/

27 mayo 2025

Jesús Cristo sería socialista



En un mundo marcado por la polarización ideológica, el consumismo desenfrenado y las desigualdades sociales, surge una pregunta: si Jesús Cristo viviera en nuestra era, ¿se alinearía con el socialismo? Un análisis de sus enseñanzas, tal como se registran en los Evangelios, y los principios del socialismo moderno revela sorprendentes puntos de convergencia.

Las palabras y acciones de Jesús, según los textos bíblicos, reflejan un compromiso inquebrantable con los marginados, los pobres y los oprimidos. En Lucas 4:18, Jesús proclama que su misión es "anunciar buenas nuevas a los pobres" y "liberar a los oprimidos". Sus parábolas, como la del Buen Samaritano, enfatizan la responsabilidad colectiva de cuidar al prójimo, sin distinciones de clase, etnia o credo. En Mateo 19:21, exhorta a un joven rico a vender sus posesiones y darlas a los pobres, un llamado radical que desafía la acumulación de riqueza en un sistema capitalista que perpetúa la desigualdad.

Jesús también criticaba a las élites económicas y religiosas de su tiempo. En Marcos 10:25, afirma que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios". Esta condena a la riqueza excesiva resuena como la crítica socialista a la concentración de capital, que genera brechas sociales insalvables. Además, su defensa de los trabajadores y su rechazo a las jerarquías opresivas, como lo señala en Mateo 23:12 “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”, reflejan una visión igualitaria que podría interpretarse como precursora de las ideas socialistas.

Algunos pontífices católicos sí comprendieron esto, como el Papa Pablo VI quien señaló que "La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta lo necesario".

El socialismo, en su esencia, aboga por la propiedad colectiva de los medios de producción, la redistribución equitativa de los recursos y la prioridad del bienestar común sobre el lucro individual. Movimientos socialistas contemporáneos han enfatizado la justicia social y la lucha contra la explotación, ideas que, en la superficie, parecen alinearse con las enseñanzas de Jesús.

Por ejemplo, la práctica de las primeras comunidades cristianas, descrita en Hechos 2:44-45, donde los creyentes "tenían todo en común" y "repartían según la necesidad de cada uno", evoca una forma de organización que no dista mucho de los ideales socialistas.

En el contexto actual, un Jesús del siglo XXI condenaría el capitalismo salvaje que permite que el 1% de la población global acumule la mayoría de la riqueza. Podría criticar la especulación financiera, el cambio climático impulsado por el lucro corporativo y la precariedad laboral, alineándose con movimientos que demandan salarios justos, acceso universal a la salud y la educación, y la protección del medio ambiente como un bien común.

Jesús nunca abogó por la lucha de clases en el sentido socialista, pero sí criticó a los ricos, también llamó a todos, pobres y ricos, a la conversión y al amor mutuo. Su mensaje de no violencia ("poner la otra mejilla", Mateo 5:39) contrasta con las confrontaciones violentas que han marcado algunos movimientos nacionalistas conservadores de ultraderecha. En este sentido, un Jesús contemporáneo podría sentirse más cómodo con corrientes socialistas democráticas, como las defendidas por figuras como José Mujica o los movimientos de economía solidaria, que enfatizan la justicia social sin recurrir al conflicto de clases.

Imaginemos a Jesús en el 2025, caminando por las calles de una metrópoli global. Probablemente estaría conviviendo con los sin techo, los migrantes, la comunidad LGBT y los trabajadores pobres. Podría usar las redes sociales para denunciar la avaricia de las corporaciones o el abandono de los vulnerables, como lo hizo con los fariseos de su tiempo. Su mensaje resonaría con los movimientos que luchan por la justicia climática, la equidad de género y el fin de la explotación laboral, todos valores que el auténtico socialismo moderno abraza.

Jesús no encajaría del todo en nuestro mundo, pues su ideología lo llevaría a cuestionar tanto el dogmatismo de algunos conservadores autoritarios como la codicia del capitalismo desenfrenado. Sería un crítico de cualquier sistema que anteponga el poder o el lucro al ser humano.

Si Jesús viviera hoy sería un filósofo socialista humanista, pues su mensaje de amor, justicia y solidaridad encontraría eco en muchos principios socialistas. Su énfasis en los pobres, la comunidad y el rechazo a la acumulación egoísta lo acercaría a movimientos que buscan un mundo más equitativo. Su enfoque espiritual y su rechazo a la violencia lo harían una figura única, capaz de desafiar a la ultraderecha. En un mundo dividido, Jesús nos recordaría que la verdadera revolución comienza en el corazón, un mensaje que trasciende cualquier etiqueta ideológica.

Ahí se las dejo de tarea.

https://x.com/belduque

https://www.facebook.com/BelduqueOriginal/


23 mayo 2025

La Agenda 2030 puede salvar a la humanidad



En un mundo donde la crisis climática, la desigualdad social y la pérdida de biodiversidad amenazan la supervivencia de nuestra especie, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por los 193 países de las Naciones Unidas en septiembre de 2015, emerge como un plan audaz para evitar el colapso de la civilización.

Sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y 169 metas específicas buscan abordar los desafíos más apremiantes de la humanidad, desde la erradicación de la pobreza hasta la protección del medio ambiente.

¿Puede este ambicioso marco global realmente salvarnos de la extinción? Aunque la Agenda 2030 no es una panacea, representa una de las mejores oportunidades para redirigir el rumbo de la humanidad hacia un mejor futuro para todos.

El riesgo de extinción humana no es un mito. Según el Informe de Evaluación Global de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, 2019), hasta un millón de especies están en peligro de extinción debido a la actividad humana, lo que pone en jaque los servicios ecosistémicos esenciales, como la polinización o la regulación climática, de los que dependemos.

El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, 2022) advierte que, sin medidas urgentes, el calentamiento global podría superar los 1.5 °C para 2030, desencadenando eventos climáticos extremos que afectarían a millones de personas.

Además, el concepto de "deuda de extinción" descrito por el paleontólogo Henry Gee en Scientific American, en 2021, sugiere que la humanidad, al dominar y degradar los hábitats globales, podría estar al borde de un colapso poblacional inevitable.

Factores como la sobreexplotación de recursos agravan esta crisis. Estos datos pintan un panorama sombrío, pues sin intervención coordinada, la humanidad podría enfrentar un declive catastrófico.

La Agenda 2030 se presenta como una respuesta integral a estas amenazas. Sus objetivos abarcan tres dimensiones del desarrollo sostenible: Lo económico, lo social y lo ambiental. Por ejemplo, el ODS 1 “Fin de la Pobreza” y el ODS 2 “Hambre Cero” buscan erradicar la pobreza extrema y garantizar la seguridad alimentaria para 2030, abordando las desigualdades que alimentan la inestabilidad social. El ODS 13 “Acción por el Clima” promueve medidas para limitar el calentamiento global, mientras que el ODS 15 “Vida de Ecosistemas Terrestres” impulsa la conservación de la biodiversidad.

La Agenda también apuesta por la universalidad y la inclusión. Los ODS aplican a todas las naciones, reconociendo que los desafíos como el cambio climático y la desigualdad no respetan fronteras. El principio de "no dejar a nadie atrás" prioriza a los más vulnerables, como los 80% de las personas con discapacidad que viven en pobreza (ONU, 2023).

Pero la Agenda 2030 enfrenta obstáculos significativos, entre ellos los charlatanes conservadores oscurantistas. Muchos de ellos afirman que la Agenda busca imponer políticas antireligiosas o que van en contra de los “valores tradicionales”, pero todo eso es vil charlatanería, ellos buscan mantener sistemas de ideologías corruptas por intereses de poder político y económico, no tiene nada que ver con valores morales, algo de lo que ellos carecen totalmente.

Lamentablemente los informes del progreso de los ODS han revelado que solo un 15% de las metas están en camino de cumplirse para 2030, y fenómenos como la pandemia de COVID-19 han revertido avances en pobreza y salud.

Además, algunos señalan que su implementación carece de un enfoque suficientemente integrado por algunas políticas conservadoras que contradicen los principios de derechos humanos de la Agenda, como leyes que restringen los derechos de las mujeres o minorías.

A pesar de sus limitaciones, la Agenda 2030 ofrece un marco sin precedentes para abordar las amenazas existenciales. Su enfoque basado en la ciencia y los derechos humanos, reconoce la interdependencia entre el bienestar humano y la salud del planeta.

Por ejemplo, un estudio en Nature Climate Change del 2021 demuestra que combinar políticas climáticas ambiciosas con medidas de redistribución de ingresos y acceso a energía limpia puede acelerar el progreso. Además, iniciativas como el Global Deal for Nature, que aboga por proteger el 30% de los océanos y tierras para 2030 (The Guardian, 2020), muestran cómo los ODS pueden alinearse con esfuerzos para frenar la sexta extinción masiva.

Lamentablemente la Agenda 2030 no garantiza del todo la salvación de la humanidad, pero sí proporciona una hoja de ruta para mitigar los riesgos más graves. Su éxito dependerá de la voluntad política, la inversión masiva y la participación de todos los sectores: gobiernos, empresas, academia y sociedad civil.

Como afirmó Paula Caballero (Scientific American, 2023), exdiplomática clave en la creación de los ODS, "2030 no es un fin, sino un hito". Si actuamos con urgencia, la Agenda 2030 podría ser el punto de inflexión que evite el colapso y asegure un futuro donde la humanidad prospere en armonía con el planeta.

En última instancia, la pregunta no es si la Agenda 2030 puede salvarnos, sino si estamos dispuestos a comprometernos con ella. El reloj avanza, y la elección está en nuestras manos.

Ahí se las dejo de tarea

https://x.com/belduque

https://www.facebook.com/BelduqueOriginal/

15 mayo 2025

El sacrificio de los maestros mexicanos

 


En la historia de México, pocas páginas son tan dolorosas y, al mismo tiempo, tan inspiradoras como la de los maestros rurales que, en la década de 1930, dieron su vida por llevar la luz de la educación a los rincones más apartados del país.

En 1935, durante la llamada Segunda Guerra Cristera, un grupo de docentes fueron brutalmente asesinado por los guerrilleros (terroristas) cristeros, fanáticos religiosos que se oponían a la implementación de la educación laica impulsada por el gobierno. Hoy, al conmemorar su sacrificio, es imperativo reflexionar sobre su legado y la relevancia de su lucha en un México que aún enfrenta grandes retos en materia educativa.

La Guerra Cristera, de 1926 a 1929, y su segunda fase en la década de 1930, fueron episodios de profunda polarización. La Ley Calles, que buscaba limitar de alguna manera la poderosa influencia de la Iglesia católica, y los esfuerzos por instaurar una educación pública y laica, desataron una violenta reacción de los grupos católicos, particularmente en regiones como Jalisco, Puebla, Zacatecas y Michoacán.

Los maestros rurales, armados únicamente con libros, gis y un compromiso inquebrantable, se convirtieron en blanco de esta furia. Su delito fue enseñar ciencias naturales y a pensar críticamente a comunidades marginadas, desafiando el statu quo de ignorancia y control religioso.

Entre los mártires de la educación se encuentran nombres que resuenan como símbolos de valentía. María Rodríguez Murillo, en Huiscolco, Zacatecas, fue asesinada el 26 de octubre de 1935 tras ser torturada y mutilada por negarse a abandonar su escuela. En Teziutlán, Puebla, el 15 de noviembre del mismo año, Carlos Sayago Hernández, Carlos Pastrana Jiménez y Librado Labastida Navarrete fueron apuñalados frente a sus alumnos al grito de “¡Viva Cristo Rey!”. En Veracruz, Carlos Toledano fue quemado vivo en Tlapacoyan, y en Jalisco, las maestras Micaela y Enriqueta Palacios sufrieron graves vejaciones. Se estima que al menos 300 maestros fueron asesinados entre 1935 y 1939, muchos de ellos mutilados o “desorejados” como advertencia para quienes persistieran en su labor educativa.

Estos actos de barbarie no fueron aislados, sino parte de un patrón sistemático para sabotear la educación pública y laica.

Los cristeros, respaldados por sectores conservadores y, en algunos casos, por terratenientes y clérigos, veían en la escuela laica una amenaza a su hegemonía. Sin embargo, los maestros rurales no claudicaron. Su resistencia, aun a costa de su vida, sentó las bases para un sistema educativo que, pese a sus imperfecciones, ha sido pilar de la transformación social en México.

El 15 de mayo de 1935, el presidente Lázaro Cárdenas rindió homenaje a estos héroes caídos, instaurando un reconocimiento anual a ellos durante el Día del Maestro, pues estos docentes merecían un tributo público de reconocimiento y admiración por haber caído en el cumplimiento de su noble ministerio.

Sin embargo, con el paso del tiempo, esta memoria se ha desdibujado. La llegada al poder de gobiernos conservadores frenó iniciativas como la construcción de un monumento en Guadalajara para honrar a los mártires, y el culto a los cristeros ha sido promovido por grupos conservadores de odio, queriendo opacar el sacrificio de los educadores.

Hoy, al conmemorar a estos maestros, debemos preguntarnos ¿qué hemos aprendido de su legado? En un México donde la educación pública enfrenta recortes presupuestales, desigualdades regionales, ataques a su carácter laico, e intentos de censura educativa, su ejemplo nos debe hacer reflexionar. Los maestros rurales de 1935 nos enseñan que educar no es solo impartir conocimientos, sino un acto de resistencia contra el oscurantismo y la injusticia. Su sacrificio nos recuerda que la escuela es un espacio de emancipación, donde se forjan ciudadanos libres y críticos.

Es hora de revitalizar esta memoria. Iniciativas como el mural “En honor a los mártires de la educación” en la Sección 47 del SNTE en Guadalajara, creado por David Carmona en 2007, son un paso en la dirección correcta. Pero se necesita más, como incorporar su historia en los planes de estudio, erigir monumentos que perpetúen su legado y, sobre todo, garantizar que la educación pública y laica sea un derecho inalienable para todos los mexicanos.

En este 2025, al honrar a los maestros mártires, reafirmemos nuestro compromiso con una educación que transforme vidas y combata la ignorancia. Que su sacrificio no sea en vano, y que su ejemplo inspire a las nuevas generaciones a seguir luchando por un México más justo y educado. Porque, como ellos demostraron, enseñar es resistir, y educar es liberar.

Nuestro país necesita más "herejes" y "blasfemos" como ellos para formar auténticos hombres de bien, no mochos de doble moral.

https://x.com/belduque

https://www.facebook.com/BelduqueOriginal/


06 mayo 2025

La blasfemia es un derecho humano



En un mundo donde las ideas compiten y las creencias se entrelazan, el derecho a la blasfemia emerge como un pilar fundamental de la libertad de expresión.

Lejos de ser un acto meramente provocador, la blasfemia —entendida como la expresión que cuestiona, critica o incluso ofende dogmas religiosos— es un derecho humano que merece ser defendido con vehemencia en la sociedad moderna. Su importancia es tal que, desde 2009, cada 30 de septiembre se conmemora el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia, una fecha que nos invita a reflexionar sobre por qué proteger esta libertad es crucial para el progreso, la diversidad y la convivencia.

El derecho a la blasfemia está intrínsecamente ligado al artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que consagra la libertad de expresión. Cuestionar lo sagrado no es solo un acto de rebeldía; es una herramienta para desafiar estructuras de poder que, a lo largo de la historia, han utilizado la religión para silenciar, controlar y oprimir.

Desde las caricaturas de Mahoma publicadas por Charlie Hebdo hasta las pinturas de la exposición “La Segunda Venida del Señor” del artista Fabián Cháirez, la blasfemia permite exponer contradicciones, fomentar el debate y desmantelar tabúes que perpetúan la intolerancia.

En sociedades democráticas, el derecho a ofender, incluso a lo “divino”, es un indicador de salud cívica. Donde la blasfemia está penalizada, como en países con leyes contra la apostasía o la difamación religiosa (por ejemplo, Pakistán o Arabia Saudita), las minorías, los disidentes y los librepensadores enfrentan persecución, prisión o incluso la muerte. Según Amnistía Internacional, en 2023, al menos 40 países mantenían leyes que castigan la blasfemia, restringiendo no solo la libertad de expresión, sino también la de religión, al imponer una narrativa oficial sobre lo que es "sagrado".

El Día Internacional del Derecho a la Blasfemia, impulsado por organizaciones como el Center for Inquiry, no celebra la ofensa por la ofensa misma, sino la valentía de quienes se atreven a cuestionar lo incuestionable. Esta fecha recuerda casos emblemáticos, como el de Salman Rushdie, cuya novela “Los versos satánicos” le valió una fatwa y años de amenazas, o el de Asia Bibi, una cristiana paquistaní condenada a muerte por supuesta blasfemia, finalmente absuelta en 2018 tras una década de lucha. Estos ejemplos ilustran que defender la blasfemia es defender la vida, la diversidad y el derecho a pensar diferente.

En la sociedad moderna, donde las redes sociales amplifican tanto la libertad como la censura, el Día de la Blasfemia es un recordatorio de que las ideas deben enfrentarse con más ideas, no con violencia ni represión. La fecha también desafía la creciente tendencia de "autocensura" en Occidente, donde el miedo a ofender lleva a artistas, escritores y ciudadanos a silenciarse ante la presión de grupos religiosos o políticos.

En un mundo tan polarizado, la blasfemia no es un lujo, sino una necesidad. Primero, porque protege la pluralidad, pues una sociedad que tolera la crítica a lo sagrado es una sociedad que respeta la coexistencia de ateos, agnósticos, creyentes y escépticos.

Segundo, porque fomenta el pensamiento crítico. Cuestionar dogmas religiosos impulsa el escrutinio de otras formas de autoridad, desde el poder político hasta las narrativas culturales.

Tercero, porque es un acto de solidaridad global. Cada vez que defendemos la blasfemia en nuestras democracias, fortalecemos la lucha de quienes, en regímenes opresivos, arriesgan todo por decir lo que piensan.

Sin embargo, la defensa de la blasfemia no implica promover el odio. La línea entre la crítica legítima y la incitación a la violencia es clara, y el derecho a la blasfemia debe ejercerse con responsabilidad, sin perder de vista el respeto a las personas, aunque no a sus creencias. La libertad de expresión no es absoluta, pero limitarla bajo el pretexto de "proteger sentimientos" abre la puerta a la censura arbitraria, donde cualquier grupo puede reclamar ofensa para silenciar a sus detractores.

El Día Internacional del Derecho a la Blasfemia nos convoca a no dar por sentada la libertad de expresión. Es un día para alzar la voz por quienes no pueden, para apoyar a los caricaturistas, escritores y activistas que enfrentan amenazas, y para recordar que la libertad de ofender es también la libertad de crear, de dudar y de ser humano. En la sociedad moderna, donde las tensiones entre tradición y progreso son inevitables, la blasfemia no es un delito, es un derecho que nos define como sociedades abiertas y valientes.

Defender la blasfemia es defender la posibilidad de un mundo donde nadie tema expresar lo que piensa, incluso si eso significa desafiar lo sagrado. Porque sin el derecho a cuestionar, no hay libertad que valga.

https://x.com/belduque

https://www.facebook.com/BelduqueOriginal/