En un mundo conectado por los medios de comunicación y las cadenas de suministro globales, los conflictos lejanos ya no son solo "problemas de otros".
El conflicto en Gaza, calificado tanto por expertos y especialistas como
un genocidio contra el pueblo palestino, ha desatado olas de protestas en todo
el planeta. Desde protestas masivas en ciudades como Nueva York, Londres y
Sídney, hasta manifestaciones de universitarios en Europa y América Latina.
Cientos de miles de personas han salido a las calles para exigir un alto al
fuego y el fin de las hostilidades.
Pero, ¿por qué alguien en México, España o Argentina debería unirse a
estas protestas si “no tiene lazos directos” con Palestina? La respuesta radica
en principios universales de humanidad, justicia y prevención de atrocidades
que trascienden fronteras. Por si fuese poco, recordemos que en Nuevo León, desde
hace más de 40 años, tenemos una gran comunidad de familias descendientes de
palestinos.
A pesar de las controversias y las “críticas” de “influencers” que
tachan estas acciones de sesgadas o incluso antisemitas, protestar no solo es
un derecho, sino una obligación moral en un sistema global y democrático.
Los derechos humanos no conocen límites geográficos, la Convención para
la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de la ONU, adoptada en 1948,
establece que actos como el asesinato masivo, la destrucción de
infraestructuras vitales y el bloqueo de ayuda humanitaria constituyen crímenes
que la comunidad internacional debe condenar, prevenir y castigar.
En Gaza, muchos informes de distintas organizaciones, como Amnistía
Internacional, han documentado cómo el ejército de Israel ha cometido
genocidio, con evidencias de bombardeos indiscriminados que han destruido
universidades, hospitales y hogares enteros. El Relator Especial de la ONU ha
advertido sobre violaciones sistemáticas de los derechos humanos en el
territorio palestino ocupado, incluyendo el riesgo de genocidio, y ha llamado a
la acción global para protestar por estas atrocidades.
El conflicto en Palestina tiene repercusiones geopolíticas y económicas
que afectan a todos. La región del Medio Oriente es un nudo crítico en el
comercio global de energía, y las tensiones allí impactan en los precios del
petróleo, la inflación y la estabilidad económica mundial.
Más allá de lo material, el genocidio en Gaza expone las hipocresías del
orden internacional. Los gobiernos occidentales que condenan violaciones en
otros contextos permanecen en silencio o apoyan a Israel con armas y fondos, lo
que erosiona la credibilidad de instituciones como la ONU y la Corte
Internacional de Justicia.
Las protestas globales, como las que han reunido a miles de personas exigiendo
ayuda humanitaria, no solo presionan a gobiernos para cambiar políticas, sino
que también fomentan un movimiento masivo contra la impunidad. Aunque algunos
argumentan que las manifestaciones no cambian nada o que distraen de problemas
locales, la historia demuestra lo contrario, por ejemplo, las protestas contra
el apartheid en Sudáfrica o la guerra de Vietnam.
Pero hay una dimensión moral y ética muy especial en este tema. En un
era de redes sociales, ignorar el sufrimiento ajeno es una elección activa. Las
protestas estudiantiles que se han expandido globalmente, no solo condenan la
destrucción de la infraestructura educativa en Gaza, sino que también desafían
narrativas que reducen el conflicto a un "asunto regional".
Seamos honestos, la mayoría de los manifestantes distinguen perfectamente
entre criticar políticas gubernamentales y atacar a un pueblo entero. Protestar
es una forma de solidaridad que trasciende identidades. El movimiento global
contra el genocidio nos ha enseñado a combatir la desinformación y las
narrativas dañinas, pues es una responsabilidad colectiva. En palabras de
expertos de la ONU, habilitar defensores de derechos humanos y protestas
pacíficas es esencial para prevenir crímenes como el genocidio o el apartheid.
No protestar equivale a normalizar la violencia. Dos años de bombardeos
en Gaza han generado una indignación global que trasciende fronteras, con
acusaciones de genocidio rechazadas por Israel pero respaldadas por evidencias
acumuladas.
Como ciudadanos del mundo, nuestra apatía permite que se repitan ciclos
de opresión. Unirse a las protestas, incluso desde lejos, no solo honra a las
víctimas, sino que construye un futuro donde la justicia sea verdaderamente
universal. Es hora de actuar.
El silencio no es neutralidad, es complicidad.
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