06 agosto 2025

El cáncer maligno de la ultraderecha



En las últimas décadas, el mundo ha enfrentado la amenaza de los grupos de utraderecha, cuya violencia, propaganda y estructuras organizativas han dejado un rastro de devastación a los largo de la historia.

La forma de actuar de varios grupos de ultraderecha guarda inquietantes paralelismos con los movimientos terroristas yihadistas. Este fenómeno, lejos de ser una mera exageración, representa una amenaza real para la estabilidad democrática y la cohesión social.

Al igual que los grupos yihadistas, los movimientos de ultraderecha prosperan en la radicalización de individuos a través de narrativas polarizantes. Mientras los yihadistas explotan el sentimiento de marginación o la defensa de una interpretación extremista del islam, los grupos de ultraderecha se valen del discurso xenófobo, nacionalista, antiinmigrante y anti-derechos humanos para captar seguidores.

La retórica de estos grupos no solo busca polarizar, sino también reclutar. Al igual que el Estado Islámico perfeccionó el uso de videos y memes para atraer a jóvenes de mentes vulnerables, los movimientos de ultraderecha emplean foros en distintas redes sociales para difundir teorías conspirativas y llamados a la acción violenta.

La masacre de Christchurch en 2019, transmitida en vivo por el atacante, es un ejemplo escalofriante de cómo la ultraderecha adopta tácticas de espectáculo similares a las de los yihadistas para amplificar su impacto.

El recurso a la violencia es otro punto de convergencia. Los atentados perpetrados por extremistas de ultraderecha, como los de Oslo (2011), El Paso (2019) o Hanau (2020), reflejan una lógica de terror similar a la de los yihadistas: Atacar civiles inocentes para sembrar miedo y enviar un mensaje político.

Estos actos no son meros estallidos aislados, sino manifestaciones de una ideología basada en odio y mentiras que, al igual que el yihadismo, justifica la muerte y la destrucción en nombre de una supuesta "causa superior". Incluso ataques violentos a la comunidad LGBT ha sido parte de sus acciones. Ellos están dispuestos a morir, y a matar, por su ideología.

Tienen una enferma fascinación por el “martirio” y el “sacrificio”. Los manifestantes de ultraderecha que asaltaron el Capitolio de Estados Unidos en 2021, por ejemplo, se veían a sí mismos como "patriotas" dispuestos a morir por su visión de una nación "pura". Esta mentalidad no dista mucho de la glorificación del martirio en los círculos yihadistas, así como tampoco es muy lejana de algunas enfermedades mentales.

El riesgo de los grupos de ultraderecha no radica solo en su potencial violento, sino en su capacidad para erosionar las instituciones democráticas desde dentro. Al igual que los yihadistas buscan imponer un orden teocrático, los extremistas de ultraderecha promueven un autoritarismo neo-fascista que rechaza el pluralismo y los derechos fundamentales.

Su discurso de odio, que a menudo se disfraza de "defensa de valores tradicionales", encuentra eco en sectores descontentos, explotando crisis económicas y sociales para ganar legitimidad. Recordemos en México las masacres de maestros rurales asesinados por cristeros por enseñar ciencias naturales a los niños en 1935, o las masacres de Tlatelolco en 1968, o la del Jueves de Corpus en 1971, que fueron perpetradas por dirigentes de ultraderecha (encabezados por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría).

Es imperativo que los gobiernos y la sociedad civil reconozcan la gravedad de esta amenaza. La lucha contra el extremismo de ultraderecha debe ser tan prioritaria como la que se libra contra el terrorismo yihadista. Esto implica no solo reforzar la vigilancia y la cooperación internacional, sino también abordar las raíces del descontento social que alimenta la radicalización.

Ignorar los paralelismos entre los grupos de ultraderecha y el terrorismo yihadista sería un error histórico. Ambos representan una amenaza existencial para los valores de libertad, igualdad y tolerancia que sustentan nuestras sociedades.

La respuesta no puede limitarse a la represión, debe incluir una estrategia integral que refute y desmantele sus narrativas, combata la desinformación y fomente la cohesión social. Solo así podremos evitar que el odio, ya sea envuelto en una bandera religiosa o nacionalista, siga cobrando vidas inocentes y dividiendo al mundo.

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